miércoles, 21 de diciembre de 2016

El último (Microcuento)

         
        

Son muchos y vienen armados y forrados de metal, masticando frases lapidarias, como los que mataron a tu primo hace una semana, como aquellos otros que acabaron con muchos de tus familiares a lo largo de los años y destriparon a casi todas las buenas personas que conocías y amabas.
Te has quedado solo en el mundo y has de aceptarlo. Son tiempos duros para los de tu raza.
Pero hoy han venido.
Entran en tu casa sin permiso, con premeditación, en plena noche, como asesinos furtivos y te sorprenden durmiendo. Te despiertan a gritos, sin importarles que hayas descansado lo suficiente, que estés enfermo desde hace algún tiempo y te estés reponiendo de una vieja herida o que estés deprimido y sin ganas de vivir, con tantas cosas como han pasado últimamente y tanta gente a la que has perdido.
Nada de eso les importa. Nada.
Con voz atronadora, lógicamente enfadado, les pides, les ruegas que te dejen en paz. Les preguntas que porqué han venido a hacerte daño de ésta manera. Que qué les has hecho tu. Qué mal puedes hacerles si te pasas el día durmiendo.
No te comprenden, no hablan tu idioma. Tratan de matarte de igual modo, clavándote sus aceros hasta el corazón, pero apenas consiguen atravesar tu dura piel.
Es entonces cuando abres la boca y les echas tu peor aliento encima, toda tu rabia, toda tu tristeza, se la escupes a la cara, se la devuelves.
Entonces arden, gritan, corren. Escapan de la cueva. Los pocos que sobreviven salen huyendo.
Volverán pronto y lo sabes. Dirán que eres un despiadado, te llamarán asesino, monstruo, dragón.
Pero sabes que es justo al revés.
Y saberlo te hace odiarlos todavía más.

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